Una de las rocas más abundantes que existen en nuestros suelos son las
rocas calizas hechas de Carbonato cálcico. Este tipo de roca es muy
coherente y poco permeable por lo que puede resistir bien la
meteorización física.
Sin embargo es una roca que puede disolverse fácilmente ante el agua que lleva ácido carbónico. Este ácido se forma fácilmente al unir agua y dióxido de carbono
CO2 + H20 = H2CO3
Cuando este ácido se mezcla con la roca caliza se disuelve y los relieves que originan son los llamados relieves kársticos.
FORMAS DE RELIEVE KÁRSTICAS
Las formas de relieve de un karst pueden ser superficiales o subterráneas:
a. Superficiales:
1. Lenares o lapiaces: son canales con pequeñas crestas que discurren por las superficie de rocas calizas creando grande grietas superficiales.
2. Dolinas: depresiones circulares formadas por acumulaciones de agua de lluvia que se hunden por disolución creando embudos. Si se unen varias se forman úvalas.
3. Cañones o tajos: Cuando un río o torrente recorre una zona de caliza se forman estas zonas escarpadas creando valles cuyos recodos son las hoces.
4. Chimeneas de hadas: formaciones en forma de columna por la diferenciación de la disolución del agua.
TODAS ESTAS FORMACIONES GENERARÍAN EL EXOKARST
b. Subterráneas
El agua que entra por las grietas y orificios a las calizas puede generar disolución desde el interior generando diferentes formas internas subterráneas de gran belleza. Podemos destacar:
1. Sima: conducto vertical generado por disolución.
2. Galería: conducto horizontal generado por disolución.
3. Cueva: ensanchamiento de una galería.
4. El proceso de disolución se puede dar al revés, y del agua con el carbonato disuelto puede evaporar el agua y precipitar o solidificar de nuevo la roca. Esto se hace por goteo, y en el interior de una cueva las gotas que solidifican en el suelo formando una pequeña columna que se eleva generan las estalagmitas. Las que quedan colgando del techo son las estalactitas. La unión de ambas originan las columnas.
TODAS ESTAS FORMACIONES GENERAN EL ENDOKARST
Ej. 8. pág. 172
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